Alberto en el campo (1993)

Oct 24, 2023 | Angela y Alberto

Hermosa foto de un campo al atardecer.

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Luego de mucho pensarlo y habiendo perdido anteriormente varias oportunidades similares, decidimos incluir por primera vez a nuestro hijo de siete años, hiperactivo y con déficit de atención, en un paseo al campo con el grupo Scout de su hermano.

En otras ocasiones mi esposo había asistido con nuestros hijos mayores, de 13 y 8. Alberto y yo nos quedábamos atrás puesto que la simple idea de participar con Alberto en un maratón prolongado (todo el día) al aire libre, en terreno desconocido, espacios abiertos y poco «civilizados» nos parecía una penitencia o una invitación segura al desastre.

Este año, por insistencia del propio Alberto y escuchando las peticiones y promesas de sus hermanos de ayudarnos a «torear» a Albertico, decidimos lanzarnos a la aventura y acudir con la mejor disposición a enfrentar el reto integracionista.

De hecho nuestro núcleo familiar no se caracteriza por su afición a la naturaleza, con su dosis de fango, insectos y falta de comodidades. Apreciamos mejor una vista panorámica desde la habitación de un hotel que respirar aire puro y gozar del agua cristalina y helada de un manantial de montaña.

Pero nada que ver. Nos lanzamos a la aventura. Cargamos nuestro Century (único entre una hilera de rústicos) con repelente de insectos, nos amarramos nuestros zapatos de goma (de estreno) y salimos temprano, amaneciendo, con gran optimismo.

Llevábamos varios días alertando a Alberto sobre los supuestos riesgos, la necesidad de permanecer con el grupo, no desaparecer sin avisar, el peligro de los precipicios, ríos caudalosos y el fuego de una parrillera. Le hicimos ensayar numerosas veces su nombre, teléfono, qué decir si se extraviaba, advirtiéndole sobre no andar descalzo, no llevarse objetos o animales desconocidos a la boca, etc.

Llegamos. Descargamos. Asignaron las cabañas y comenzaron las actividades.

Primero: la caminata hacia un riachuelo, anunciada como apta para todas las edades: «una papita suave», «apenas media hora por un terreno en subida…pero nada dramático». La supuesta media hora se tornó con nuestro Alberto en 1h 15 min. batallando la vegetación (¡nos faltó el machete!), los insectos (¡perversos!) y evitando todo tipo de hueco, pedrusco y rama caída.

Alberto, quien falla en terreno plano por su falta de equilibrio y poca resistencia, por primera vez se mantenía a nuestro lado, sin amenazas ni halones nuestros, y luego de mucha lucha y motivado el último tramo por las carcajadas de los otros niños ya zambullidos desde hacía rato, arribamos al «pozo».

Allí comenzó la pesadilla. Alberto volvió a ser nuestro incansable correcaminos, amante del peligro, incapaz de escuchar una advertencia, susceptible a todos los estímulos.

Al observar el sitio mi impresión fue…las fauces de un león o de un tiburón, abiertas, salpicadas de colmillos filosos y resbalosos.

Los mayorcitos andaban lanzándose de un peñasco que lucía ante mis ojos un Gibraltar en pequeña escala y mientras yo buscaba ubicarme y activaba mis cinco sentidos en la modalidad ALARMA ROJA observo a mi Alberto próximo a saltar del referido Gibraltar, esbozando una sonrisa ejemplar, en un momento de libertad absoluta.

Para ese entonces mi hija de 13, mi esposo y esta servidora, en forma unísona, gritamos «¡Alberto, no!», pero conociendo a nuestro duendecito, nos lanzamos al pozo, mientras Alberto ya atravesaba el espacio en forma estrepitosa.

El señor responsable de supervisar a los muchachos desde arriba, pobre inocente, desconociendo el carácter intrépido de Albertico, al ver nuestra alarma se lanzó también, en solidaridad.

¡Qué espectáculo!…Alberto, sano y salvo, ya corriente abajo…y el pozo atascado de adultos disculpándose y justificando una aparente sobreprotección inexplicable para el que desconoce esos pequeños torbellinos hiperactivos como nuestro Alberto.

El regreso al campamento nos pareció mas corto (ya habíamos «abierto paso en la maleza» de ida).

Luego de un intervalo para almorzar y «reposar» (¡no te encarames al árbol, muchacho!…¡la parrillera se va a voltear, Alberto!…¡son hormigas bravas!…al pozo otra vez ¡no!)… segunda sesión de actividades.

Tema de la charla: Cómo preparar una fogata.

1. Selección de las ramas: búsqueda por los alrededores (versión Alberto (v.a.) campo minado).

2. Preparación de las ramas (v.a. manipulación de armas blancas).

3. Gran Final: fósforos y yesqueros (v.a. entrenamiento en pirotecnia).

Concluida la sesión (y nosotros anticipando que en casa deberíamos desaparecer por tiempo indefinido cuchillos, encendedores y fósforos) nos alistamos para el regreso.

Despedidas calurosas, promesas de volvernos a ver pronto, carcajadas recordando, ya en forma anecdótica, cómo nos habíamos lanzado al agua con ropa, zapatos y lentes…

Y en el carro, ventana arriba, seguros puestos, en posición de descanso pues Alberto estaba confinado en un espacio seguro, evaluamos la experiencia.

Albertico se sentía feliz…cachetes colorados y cansancio evidente en su tranquilidad espontánea. Los hermanos, orgullosos, me hacían ver que ahora si Alberto se había ganado el derecho de compartir en este tipo de actividad…si «pobrecito, se ha portado ¡cómo un santo!»

Mi esposo y yo nos miramos en silencio, transmitiéndonos por telepatía: «Esto fue un aviso… de ahora en adelante, ¡la ciudad!»

Sin embargo, hace unos días pasaron la nota del próximo campamento…de TRES DIAS… nos anotamos, LOS CINCO.

Me hizo recordar ese parto difícil, cuando al concluir pensamos…¡ni uno más!…para luego encargar uno más…


Publicado originalmente en el boletín impreso Paso-a-Paso, Enero 1993.

Compartido por Ángela Couret

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