“Mamá, estoy en Blueberry…”

Feb 4, 2024 | Angela y Alberto

Foto del interior de un autobus

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Desde siempre la recomendación ha sido hacer a nuestros hijos con discapacidad lo más autónomos posible. Después de todo, es cuestión de sobrevivencia tanto para los cuidadores que iremos envejeciendo, como para nuestros hijos, con y sin discapacidad, cuando ya faltemos.

En nuestro caso, siempre hemos hecho lo posible por “soltar” a Alberto, cuidando la forma, claro está. Cuando empezó a cruzar la calle solo, se trataba de la que pasaba delante de nuestro edificio, en una urbanización cerrada y en una calle ciega. Cuando empezó yendo a la panadería solo, ya habíamos preparado el terreno hablando con el vigilante de la cuadra y con los dueños del comercio. Y así en muchas otras cosas…
En años mas recientes, ampliamos el cerco protector, repartiéndonos la tarea de vigilancia a distancia entre mi esposo y yo.

Tristemente, mi esposo falleció hace casi tres años y ahora Alberto y yo vivimos en un pequeño pueblecito universitario norteamericano donde no ha sido sencillo crear autonomía, principalmente por la barrera del idioma. Si bien su comprensión es aceptable, su producción del idioma es limitada. Luego mi esposo falta y yo trabajo a tiempo completo. ¿Cómo hacer con los traslados?

Una nueva oportunidad

Hace año y medio surgió la oportunidad de que Alberto asistiera a un instituto universitario donde hay un programa dirigido a jóvenes y adultos con discapacidad intelectual y trastornos del desarrollo. De inmediato accedimos, confiados en que resolveríamos el tema de traslados, manejo del dinero, manejo de una agenda, ocupación de tiempo libre entre clases, etc.

Tuvimos un mes para prepararnos, así que nos visitó su hermano mayor y entre los tres, comenzamos la tarea mas apremiante: el entrenamiento práctico en manejo del autobús público. Una y otra vez hicimos el recorrido de casa a la Universidad y de vuelta a casa: “Caminas un par de cuadras… Esperas en la parada… Te montas en el autobus #10… Tiras de la cuerda cuando veas este edificio…”. Y eso lo hicimos muchas veces, de ida y de vuelta. Avanzado el entrenamiento, lo dejamos montar solo en el autobús mientras lo seguíamos hasta la parada. A ver si tiraba de la cuerda cuando le correspondia! Listo!

Misión cumplida, pensamos.

Y de hecho lo logró hacer sin errores durante varias semanas.

Iniciando el segundo mes, recibo una llamada de Alberto tarde en la tarde.

“Mamá, no te asustes. Voy a llegar tarde porque me equivoqué…”

“¿Cómo que te equivocaste?, ¿Dónde estás.”

”Le pregunté al chofer y me dice que estoy en Blueberry.“

“¿Blueberry?, le dije. “íEse lugar no existe por aquí! Pásame ahora mismo al conductor…”.

“Está manejando, mamá. Pero no te preocupes que me estoy devolviendo al College y espero al próximo bus.”

Ya para esa hora estaría anocheciendo, pensé.

“Llegas al college y me esperas,” le dije. “Voy saliendo. Te veo en la parada.”

Y así hice.

Llegué y esperé al bus y hablé con el conductor.

“Señora yo me di cuenta que se había equivocado», me dijo muy amablemente. “Este bus va hasta Newberry (ah, pensé, de ahi la confusion con Blueberry!) Se equivocó de número pero me supo explicar que estaba perdido. Yo le he visto aquí otras veces y por eso le dije que lo traería de vuelta, aunque ya habia terminado mi ruta.”

Le agradecí encarecidamente, colmándolo de bendiciones, y tomé a mi muchacho de 37 años del brazo para llevarlo a casa.

Mientras, Alberto estaba de lo mas tranquilo, despidiéndose de su ahora nuevo amigo… “Good-by, my friend!”

Moraleja

Camino a casa me puse a repasar lo sucedido y llegué a una conclusion.

Cierto que Alberto se perdió y qué maravilla que supo darse a entender, que supo ganarse la buena voluntad del conductor y que supo avisarme para que no me preocupara.

Cierto también que nos tocó hacer tarea: un par de prácticas más en identificación del número de autobus. Además, siguiendo la recomendación de mi hija, lo conecté con mi teléfono para identificar dónde se encuentra en todo momento.

Conclusión: La balanza de la experiencia fue positiva.

Asi que ¡bienvenido Blueberry, digo, Newberry!

PD.- Por cierto, Blueberry es el nombre de esa frutilla azul que se conoce como arándano. Una de las favoritas de Alberto!

Compartido por Ángela Couret

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