Uno de los beneficios de redactar este Boletín es poder aflorar mis propios pensamientos e inquietudes esporádicamente, en forma muy personalizada… logro así «descargar» con un lector que considero ya un amigo a distancia. Es así que robo este espacio para compartir con Uds. reflexiones que me invadieron durante un viaje realizado a finales del verano (n.e. 1995).
En esta ocasión mi hermana mayor, médico pediatra de profesión, pedagoga por «afección familiar» y una persona extraordinaria en su condición humana, dedicó sus cortas vacaciones a recrear a mis hijos. Los invitó a realizar un largo recorrido, en auto, de muchísimos kilómetros, atravesando seis estados norteamericanos hasta arribar a Washington D.C. (EE.UU.), meta del viaje y ciudad capital de nuestros vecinos del norte.
Con gran tristeza interna insistí en que fueran sólo mis hijos mayores. No quería «estropearles» a ellos la oportunidad de disfrutar a plenitud, riéndose en forma ruidosa (sin pensar en modelar comportamientos aceptables ante su hermano o evitar acelerarlo sin querer), conversando libremente sin interrupciones, dialogando con un vocabulario rico y complejo, utilizando metáforas y dobles entendidos sin preocuparse por la comprensión de todos los oyentes.
Digo con tristeza pues a veces suelo reflexionar sobre el tiempo que pasa con rapidez y que dejo de aprovechar con mis hijos «regulares» por ese afán interminable de encaminar mejor los pasos del pequeño, de encontrar algunas piezas de ese tan difícil rompecabezas…y no dejo de observar que muchos de los momentos memorables de placer que mis hijos comentan y que formarán sin duda una parte importante de su «inventario de recuerdos» fueron vivenciados lejos de mi, usualmente en compañía de miembros de la familia con quienes compartían…
Pero volviendo a «El Viaje» (usurpando el nombre de la telenovela brasilera de alta sintonía que proyecta actualmente un importante canal de televisión en Venezuela) que nos ocupa aquí, cuando todo estaba dispuesto para la aventura automovilística a Washington, mi hermana mayor me anuncia con firmeza: «No viajamos sin ti y sin Alberto…¡no hay peros que valgan!»
Me invadió una gran felicidad difícil de explicar y decidí, por una vez siquiera, actuar sin analizar la situación desde todos los ángulos. Fue así que sin preámbulos y con apenas un maletín para dos (Alberto y yo) iniciamos la trayectoria mis tres hijos, mis dos hermanas, mi mamá y yo. Eso sí, definimos ciertas reglas antes de salir. Entre ellas: Nadie comentaría cosas desagra-dables; no nos forzaríamos durante el viaje por apegarnos a itinerarios; si nos sentíamos cansados, si los niños querían ir (¡otra vez!) al baño o tomar algún refrigerio (¡lo de nunca acabar!), si nos provocaba algún sitio en particular…fuera con la agenda oficial, aunque significara incluso no alcanzar nuestra meta original.
En fin, era una situación relajada al máximo e ideada para compartir y disfrutar libremente de nuestras propias compañías.
Así transcurrieron dos días en carretera hasta llegar a la Capital (y luego, tres de regreso pues ¡tomamos la ruta escénica!) Para qué engañarlos, surgieron situaciones (numerosas) explosivas. Un niño sumamente hiperactivo es de por si un compañero de viaje temible…súmele el factor hacinamiento en el carro, contactos cercanos y obligados de todo tipo…pues es prácticamente una fórmula garantizada de auto-combustión.
Sin embargo, solo recuerdo los momentos felices compartidos…los restaurantes familiares en pueblos pequeños, aquello de parar a ver los árboles manzanos colmados de frutos (increíble para los estrictamente urbanos) y los venados cruzando la vía al alcance de la mano… y que tal las «escapadas» en los muesos (Washington D.C. cuenta con varios de los más afamados), «Es tu turno de ir primero, yo tengo la guardia con Alberto afuera…tienes 45 minutos (¡) para ver la Galería de Arte Nacional». Las comidas en el hotel para evitar el sobre-estímulo en los restaurantes luego de un largo día de andanzas (¡qué felicidad, todos a brincar, saltar y hablar en voz alta, sin frenos!).
¿A qué viene todo esto? Pues creo debemos relacionarlo al hecho de ser «familias especiales.» Me dio gran satisfacción el que fueran mis propios hijos mayores los primeros en insistir que su hermanito los acompañara, aunque eso significara limitar un poco sus propias expectativas del viaje. «No será lo mismo», argumentaban. Y cada vez que veíamos algo simpático o diferente durante el recorrido: «Fíjate, mami, si no hubiera venido Albertico se lo hubiera perdido…¿no te alegras de habernos acompañado?»
Más sorprendente aún, Alberto se comportó a la altura de la situación. Disfrutó inmensamente con las nuevas experiencias y supo comprender que existían unas reglas de juego más exigentes que acatar.
La experiencia me hizo tomar conciencia de que no debo dejar de participar y robarnos a todos la oportunidad de compartir. Si bien habrán ocasiones en que será conveniente evitar ciertas situaciones cargadas, no debemos desaprovechar todas las demás y debemos someternos a prueba pues nuestros hijos van madurando y pueden llegar a sorprendernos viéndolos interactuar en otros ambientes, donde nuestra propia vigilancia permanente está más relajada.
Por último, pude comprobar una vez más el rol de «intérpretes» que desempeñamos con tanta naturalidad los padres especiales…sin tener que ver necesariamente con un idioma diferente. Cumplimos sin pensarlo con aquello de «traducir» para nuestros hijos con necesidades especiales cambios repentinos en el entorno, ruidos inesperados, conceptos complejos…debemos felicitarnos por la gran habilidad que desarrollamos y que sería difícil de replicar aún para los más expertos intérpretes simultáneos. Nos volvemos mimos, adivinadores, expertos en reducir los hechos a su esencia concreta para hacerlos comprensibles para nuestros hijos especiales. ¡Somos sensacionales! Y podremos observar con nuestros hijos regulares que ellos también alcanzarán esa destreza en «comunicación total» que se tornará para ellos en una herramienta poderosa a futuro…a lo largo de muchos otros viajes y ese «viaje» que representa su existencia.
Publicado originalmente en el boletín impreso Paso-a-Paso, Vol. 5.5. Año 1995
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