En una reciente* conferencia titulada «El optimismo frente a la soledad y la depresión», el conocido y popular psiquiatra Luis Rojas Marcos ofreció una práctica estrategia dirigida a cultivar la disposición optimista como medio más eficaz, a la larga, para evitar o paliar los efectos perversos de la soledad y la depresión.
Me impresionó profundamente, porque una de las grandes preocupaciones que nos embargan a quienes vivimos o trabajamos con personas con discapacidad, y luchamos sobre todo por conseguir que su vida no sólo sea más larga sino que tenga mayor calidad hasta el final de sus días, es precisamente su mayor riesgo de vivir la soledad, el aislamiento, la incomunicación y, como consecuencia, la depresión. No es una fantasía, es una realidad estadísticamente constatable que cada vez preocupa más; porque paradójicamente, cuanto mayor es el nivel y las expectativas personales que se consiguen, mayor puede ser la conciencia de aislamiento y de frustración por no participar con plenitud de la vida social y de sus innegables atracciones.
Cinco son las medidas preventivas que Rojas Marcos propone para fomentar la disposición optimista y reducir la vulnerabilidad a los efectos de la depresión o la soledad. Son las siguientes: ejercicio físico, hablar, estar conectados, diversificar y participar en proyectos de voluntariado. Lógicamente el psiquiatra se dirigía a la población en general; pero pienso que su formulación es plenamente adaptable a cualquier persona con discapacidad, de cualquier tipo que sea. Es obvio que su concreción y maneras de llevar a la práctica esas cinco medidas habrán de adaptarse a cada situación personal, tipo de discapacidad, entorno, etc.; pero no hace falta ser muy perspicaz para diseñar unas cuantas estrategias concretas y factibles que las hagan posibles y fructíferas.
En el caso de la discapacidad intelectual pueden darse dos presunciones. La primera, que la persona carece de capacidad para discernir entre lo justo y lo injusto, para valorar lo agradable y lo desagradable, para apreciar los afectos y los rechazos; en definitiva, ni sienten ni, en consecuencia, padecen. La segunda, que la persona carece de recursos para superarse y afrontar una vida con energía, optimismo, comunicación y alegría. Ambas premisas son falsas.
Respecto a la primera, hemos de constatar lo antes indicado: las personas con discapacidad son mucho más vulnerables a sufrir la depresión precisamente porque sienten y valoran la discriminación y el aislamiento, vividos muchas veces desde sus primeras experiencias, y repetidos una y otra vez en múltiples formas a lo largo de su vida.
Sucede que muchas veces callan, no saben expresar su aislamiento, o la expresan tan torpemente que tomamos su conducta como «conducta difícil o problemática». Respecto a la segunda, es cierto que pueden tener menos recursos de superación, pero en principio tienen capacidad para desarrollarlos, y todo depende de la atención, dedicación y esfuerzo que pongamos para que los utilicen rectamente. Y este es el punto crítico que tenemos que considerar al reflexionar sobre la propuesta de Rojas Marcos.
¿Cómo adoptar y adaptar esas cinco medidas higiénicas a nuestro hijo, alumno, amigo, empleado con discapacidad, para prevenir el desarrollo del desengaño y la depresión? Es necesario hacer una puntualización previa. Si, como he afirmado anteriormente, se trata de una población especialmente vulnerable, es evidente que habrá que poner en juego el entrenamiento, de manera temprana, constante y paciente, para llegar a desarrollar las medidas preventivas recomendadas, adaptándolas a cada particular condición.
El ejercicio físico se entiende por sí mismo. Habrá que estudiar el mejor método de llevarlo a la práctica en función de la edad, habilidades y características personales… en una persona que ya ha tenido que ser entrenada desde su infancia para realizarlo de forma permanente.
Hablar, ‘estar’ conectado y diversificar las actividades en las que uno se compromete requieren toda una planificación de vida, el tantas veces mencionado «proyecto de vida». Máxime cuando alguna de las discapacidades limitan a veces trágicamente la posibilidad de desarrollo. No basta con saber «hablar». Hay que saber «decir»: cómo decir, cuándo decir, qué decir, a quién decir; o sea, desarrollar la capacidad y el espacio para la comunicación. Eso incluye la creación de círculos de amistades con intereses comunes, con las que la persona se sienta a gusto y pueda desahogarse, e implica mantener contactos que no se crean de la noche a la mañana sino que requieren abonar previamente el terreno, poquito a poco, paciente e imaginativamente, para que la relación se forme, se refuerce y se consolide.
Diversificar las actividades significa promover actividades con las que la persona disfrute al margen de su tiempo de trabajo. No es fácil que la persona con discapacidad intelectual se programe bien su ocio para que realmente cumpla la función abierta y oxigenada que de él se espera, sin recurrir a las horas interminables de tele, vídeos o juegos de ordenador. Se trata de incrementar y ofrecer focos nuevos de interés que susciten actividad relajada, física o mental, y sobre todo, bien programada.
Por último, participar en acciones de voluntariado significa que la persona con discapacidad sale de sí misma y empieza a pensar en los demás. Hay muchos modos de conseguirlo y, sin duda, el salir de sí mismo y de su problema es un elemento clave en la lucha contra la depresión. El intersarse por los demás y colaborar en su servicio se convierte en fuente de satisfacción porque es la antítesis del pensamiento obsesivo y compulsivamente egocéntrico.
Autor: Jesús Flórez, Catedrático de Farmacología,
Asesor científico de la Fundación Síndrome de Down de Cantabria
Fuente: Diario El Montañés (España)
Fecha: 17 de noviembre 2007
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