Decisiones. No le dé más vueltas
La telaraña en la que a veces nos sentimos atrapados la vamos tejiendo con decisiones que tomamos precipitada-mente, las que hemos pospuesto o las que nunca nos hemos atrevido a tomar. La vida nos enfrenta cada instante, y ante cada enfrenta-miento tenemos que tomar decisiones.
El primer paso para tomar una decisión es ubicarse en la realidad. Así, el primer obstáculo a vencer es la negación. Ver el problema no es nada fácil. La negación es un mecanismo psicológico muy común y muy eficaz, que echamos a andar para protegernos de lo que nos lastima y nos duele.
Desgraciadamente, negando las cosas no las resolvemos, nada más las complicamos.
Por dura que sea la realidad, hay que enfrentarla, hacer un esfuerzo por percibirla no como debería de ser o como nos gustaría que fuera, sino simplemente como es.
El hubiera o el debería ser son tiempos verbales inexistentes en la realidad.
El segundo paso es plantear el problema; un problema bien planteado es ya la mitad del problema resuelto. Para el planteamiento del problema es indispensable ubicarse en el tiempo, el aquí y el ahora.
Algunas veces nos produce más dolor imaginar cómo va a ser el futuro, que afrontar el presente. Pensemos en una mujer con una pareja disfuncional en la que ya no queda esperanza, hay faltas de respeto e indignidad: si ella imagina como será su futuro sola con sus hijos seguirá aceptando un presente insatisfactorio, pero si asume su realidad presente y resuelve su vida actual, probablemente encuentre los medios para resolver lo que el futuro le depare.
Vivir en el presente, prever, pero no sufrir por adelantado. La vida nos da cada día logros de desarrollo de potencialidades que ni siquiera imaginábamos.
El tercer paso es respetar a los demás, y a uno mismo, encontrando las líneas divisorias entre los problemas de los demás y los nuestros. A veces quisiéramos tomar decisiones que otros están postergando porque desde afuera vemos muy clara la situación del otro.
Muchas veces tomamos decisiones pensando en la transformación del otro; la esposa, el marido o los hijos cuando, en realidad, sólo cada uno de nosotros puede tomar la decisión de su propia vida.
Un amigo abogado tiene un hijo de 18 años que ha decidido ser fotógrafo.
El padre se opone porque piensa que al joven le sería más fácil aprovechar la experiencia y la infraestructura que el ha logrado como profesionista.
El problema del hijo es seleccionar la actividad que quiere desarrollar en el futuro; el problema del padre es asumir a su hijo como un ser humano independiente que necesariamente tendrá que vivir su vida, sea cual sea su realidad.
Hay que definir quién o quiénes son responsables de tomar una decisión, quiénes deben involucrarse en el proceso, a quiénes consultar, a quiénes mantener al margen.
Hay decisiones que tienen que ser conjuntas, compartidas, es el caso de las decisiones de pareja o de las que la pareja toma sobre sus hijos pequeños. Es importante entonces compartir el proceso desde el principio, desde el planteamiento mismo del problema.
Aún en estos casos, toda decisión implica momentos de soledad profunda, estamos ante un hecho que nos confronta.
A veces quisieramos depositar en otro la responsabilidad de decidir para librarnos de la angustia que provoca. Buscamos a los amigos o a los «expertos», pero un buen interlocutor no es el que acepta decidir por nosotros sino el que nos devuelve el problema que nos pertenece.
El cuarto paso es buscar la información, toda la que pueda ser importante para la toma de decisiones. La información nos ayudará a encontrar nuevas alternativas de solución, a ajustar de manera realista nuestras expectativas y a estimar cuál es la relación entre el costo y el beneficio que implica cada posibilidad.
Cuando hablamos de costo-beneficio nos referimos no sólo al aspecto económico sino a todos los costos y beneficios: sociales, emocionales, espirituales… que traerá cada alternativa.
Pero, ¡cuidado!, la búsqueda de información puede ser una trampa paralizante para actuar, una trampa para postergar.
Imaginemos a un joven en el momento de seleccionar una carrera universitaria: la búsqueda de información sobre qué estudiar y en qué institución puede ser infinita. Es necesario calcular el momento en que tengo la información necesaria y poner punto final.
El quinto paso es pensar con amor. La única forma de educar a un hijo es amándolo. La distinción entre el amor y el apego es importante para tomar decisiones. El apego es cuando «por amor» invadimos al otro, cuando afianzamos las dependencias y no dejamos que el otro crezca y tome sus propias decisiones; diferentes a la que nosotros tomaríamos. Apoyo no es intromisión.
El sexto paso es escucharse a uno mismo, no sólo a nivel racional o conceptual sino ejercitar la posibilidad de sentirse a uno mismo, preguntarse: ¿Qué quiero? Y ¿Por qué lo quiero?; ¿Qué siento?.
El séptimo paso es tomar la decisión. Actuar.
Todos los problemas tienen muchas soluciones pero la soledad de ese momento es real. Hace falta valor para darnos cuenta que la decisión, por trascendental que sea, es sólo nuestra y, generalmente, va a afectar a terceros; tratar de ser honestos y amorosos es la única salida.
Piense que lo peor que puede hacer es no hacer nada, y si su decisión es por amor, confíe en su intuición que finalmente, es la única guía totalmente particular, subjetiva e individual.
Escúchese a usted mismo y…¡Buena Suerte!
Autora: María Josefa Erreguerena.
Fuente: Revista Ararú, No. 1, Febrero-Abril 1993
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