Barreras de amor (1998)

Oct 27, 2023 | Angela y Alberto

Señora con mirada de preocupacion.

Compartir

Hemos sido advertidos, prevenidos, alertados sobre el peligro de sobreproteger a nuestros hijos con necesidades especiales.

Permítanles crecer, nos dicen…reponsabilizándolos, aumentando sus obligaciones a medida que adquieren destrezas y madurez.

Déjenlos aprender, tanto del éxito como del fracaso, nos aconsejan…experimentando las consecuencias naturales de sus acciones irán adquiriendo parámetros y reconociendo perímetros…

Eliminen los diminutivos afectuosos, cuidado con el trato infantil si ya son adolescentes, atención a la vestimenta… todos hemos escuchado las recomendaciones tan bien intencionadas y nos preocupamos por acatarlas.

Pero, en ese momento de poner en práctica lo teórico, de darle la oportunidad a nuestro hijo de probar sus alas, permitiéndole incursionar en el mundo amenazante sin nuestra mirada protectora y nuestra presencia amortiguadora, ahí nos flaquea la teoría y nos visita la angustia y el temor…

Sin embargo, durante los meses de verano, movida por la lectura de toda una publicación dedicada a eso de empoderar a nuestros hijos, a trabajarles la autodeterminación e independencia, me dispuse a probar, en carne propia, ese asunto de permitir a mi hijo Alberto, de 12 años y medio, cierto campo de acción sin supervisión.

Comencé por dejarlo solo en casa, por unos minuticos. Luego de alertar al vigilante, a la conserje, a la vecina, llamar a mi esposo, practicar con Alberto los teléfonos de todos los conocidos, remover los controles del fogón y prenderle una vela a la Virgencita, lo dejé solito. Con la bendición y una oración.

Entonces…bajé al estacionamiento y me senté en mi carro por 15 minutos exactos. Todo bien. Felicitaciones y refuerzo positivo (¡principalmente para mi misma!)

Al día siguiente: Ausencia de 30 minutos. Realmente ausente pues salí a hacer una diligencia. Celular prendido. Corazón oprimido. Dos llamadas de control. Todo bien.

Tercer día: Cita en un café, con tres amigas. Cerca de casa. A la media hora, llamada de control. Repica y repica… ¿qué pasa?… ¿nadie en casa?…

Calma, me dije ¿se dormiría?… ¿el televisor, lo encendería?… ¿qué tal un incendio?… ¿un secuestro?…

Abandono la amena compañía… vuelo por la autopista. Con nuestro vecindario a la vista, me siento tranquilizada… no hay bomberos, ni policía, tampoco ambulancias ni algarabía.

Y a la entrada del edificio, un Alberto risueño y parlanchín, conversando con las vecinas…

¡Pero muchacho!, le reprimo frente a todos… ¿Cómo es que bajaste y no acataste lo que tanto te indicara?

…¿pero mami qué té pasa?, dijo Alberto muy tranquilo…vino el señor del condominio, agarré el cheque de la vitrina, bajé a abrirle, mis amigas saludaron…

Hum… Y así seguimos todo el verano. Lo puse a prueba en el campamento regular. Desenvolvimiento espectacular, luego de algunos baches que se superaron.

Y hemos continuado entrenando: a la tintorería; a la panadería; al correo; y ¡a entregar boletines! Lo dejo bajar solo y resolver.

No todo ha sido positivo… hemos debido dar marcha atrás en algunos casos y revisar estrategias. Pero el saldo ha sido definitivamente positivo. Y eso sí, qué sentimiento de felicidad nos ha dado a todos… el vislumbrar que sí puede haber una normalización para él y para todos en casa.

Moraleja: No es fácil. Cada caso es único. Pero a veces las barreras más incapacitantes no son las arquitectónicas, ni las que impone la insensibilidad de la colectividad…son nuestras, como padres quienes buscando resguardar, lo que hacemos a menudo es discapacitar.


Publicado en el boletín impreso Paso-a-Paso Vol.8.5 (1998)

Compartido por Ángela Couret

También te puede interesar

0 Comments

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Loading...